Entre los pasajeros del Unicornio, pocos en número, estaba

la curación a lo largo de ciertos años a satisfacción de los pobladores y de la
esclavos de esa ciudad.
La vida inusual de las colonias, entonces prácticamente de forma continua en un estado de
abierta hostilidad contra los ingleses, los españoles y los originarios del
Antilles, puso a los curas de este último en una situación peculiar. Ellos eran
llamado no solo a predicar, a oír confesiones, a dirigir la
sacramentos a sus rebaños, sino más bien asimismo para contribuir a defenderse a lo largo de
las usuales incursiones de sus contrincantes de todas y cada una de las naciones y de todos y cada uno de los colores.
La vivienda del sacerdote se encontraba, como otras habitaciones, del mismo modo apartada y expuesta a
sorpresas fatales. En más de una ocasión el padre Griffen, asistido por sus 2
esclavos, atrincherado tras una enorme puerta de caoba,